Palabra

Fútbol pa’l pueblo, porque ya ni pan hay


Me acerco a la gran plaza y se siente el ambiente, todo es amarillo azul y rojo, las vuvuzelas suenan como queriendo sincronizar su canto. Recuerdo que este mismo día el ministro del interior pedía perdón público al país por el asesinato del líder comunista Manuel Cepeda y me pregunto si alguna de las miles de personas que caminan a mi lado lo sabrán o si al menos relacionarían el nombre Manuel Cepeda con una víctima del terrorismo de Estado.

El caso es que la vista del estadio es espectacular. Avanzo por el puente y me encuentro con el primer síntoma de que aun hay algo de racionalidad en esta patria boba: una protesta de mujeres en contra de la violencia entre géneros (más particularmente del que va dirigido del hombre a la mujer) a propósito de Hernán Darío Gomez, DT de la Selección Colombia de Mayores, quien apenas el día anterior había agredido física y verbalmente a una mujer. Estaban custodiadas-segregadas por el cuerpo policial y gritaban a viva voz su denuncia. Estoy seguro que más de un enajenado mental no logró vincular el hecho con la protesta.

Llego a la entrada de la tribuna norte y me encuentro sólo con gambas (entre ellxs, yo), un panorama muy distinto de lo que vi en occidental mientras descendía por el puente: aquí también hace presencia la lucha de clases, que permea a toda la retrasada sociedad colombiana, como bien lo hiciera notar Aurelio Suárez esa misma noche en una entrevista a un programa televisivo. Y lo retrasado de esta tierra de putas y traquetos se hace notar aun más cuando se tiene que pasar por tres cordones de seguridad…alcancé a terminar con las “emociones levantadas” de tanta tocadera.

Me dirijo lentamente a mi cita con la silla 165 de la fila P sector 8, como preguntándome con qué me voy a encontrar, contrario a muchxs de lxs que corrían a mi lado, cual si fueran atacados por una alimento putrefacto que les haya hecho aflojar la pasta. No pude saber porqué corrían, si aun faltaba media hora para el inicio del partido. Ha de ser que iban a calentar la silla, pues era una noche fría. A veces pienso que el concepto “pasión” fue borrado de mi diccionario.

En cuanto entro a la tribuna logro darme cuenta que los televisores son unos grandes mentirosos: la grama es mucho más alucinante en vivo, con un verde que casi te hace sentir que te encuentras en un planeta distinto, como si más allá de ella no existiera nada; sientes ganas de ir a sentir el placer de orinar en medio de ella. En fin, busco mi silla y me acomodo, aquí las vuvuzelas hace las veces de los grillos en el campo; son el sonido de fondo. Un sentimiento empieza a invadir tu cuerpo, no sabes si sentir temor o placer, pues se abre camino entre tus emociones sin pedirte permiso alguno, de modo que las políticas imperialista de USA se le quedan pequeñas. Lo logro controlar, detener y darme cuenta que no es más que la euforia de masas, el deseo de sentirse parte de algo grande, imparable, sublime. Debe ser esto lo que siente la hinchada regular y que hace que no se despeguen del estadio cada vez que juega el equipo de sus amores, pues, como toda “euforia de masas”, se siente un orgasmo en el climax del hecho.

Estadio El Campín

El estadio se encuentra casi lleno, como si Fidel o Lenin fueran a anunciar la conversión del mundo entero al comunismo….pum, vuelvo a la realidad y me doy cuenta que no son ni Fidel, ni Lenin…ni siquiera un Jaime Caicedo con alguna vanguardia popular armada los que están allí, sólo son los árbitros ingleses y 22 mojigatos que no tienen más de 20 años. Se abren paso los placeres del nacionalismo fascista: himno de Costa Rica, silencio total. Himno de Colombia, a viva voz. ¿Por qué en las formaciones del colegio no se entonaba con los mismos ánimos? ¡Ah, cierto!!, la euforia de masas.

Comienza el espectáculo, ¡por fin!! puedo concentrarme en el juego, en el fútbol, en el deporte…..o..no? Mierda, a pesar de que comienza el partido no logro disfrutar del encuentro, pues las culicagadas de la fila de adelante hacen más ruido y se mueven más que las rameras del rey. No puede ser, resulta que estoy rodeado de estudiantes de algún colegio que en lugar de concentrarse en la esférica, están mirando lo sexy que hace el saque de portería el arquero de Costa Rica o lo bien que lo mueve James Rodríguez con quien una de ellas aseguraba que se iba a casar. Bueno, digamos que al menos eran mujeres de ambiente.

Así pasan cuarenta y cinco minutos, entre zapateos que imitan el venir de las olas, acompañado por supuesto de “la ola”, mujeres moviendo sus caderas y gritando el nombre de su nación, hombres levantando los brazos para alentar al equipo que han venido a ver y claro, 60dB * n de sonido monofónico (siendo n la cantidad de vuvuzelas presentes en el espacio vectorial con una pérdida inversamente proporcional al cuadrado de la distancia). Pero de “aquello”, nada.

Inicia el segundo tiempo, y todo continúa igual que en el primero, hasta que por fin llega la anotación esperada…¡¡y del lado norte, en donde me encontraba!! Al parecer, se produjo un ataque de pulgas asesinas infernales, pues todos saltaban y gritaban y se rascaban (cogían) unos a otros. El ataque parecía provenir del anotador del gol, pues sus compañeros acudieron rápidamente a auxiliarlo, tirándosele encima y gritando, mientras los jugadores de Costa Rica se alejaban de él. Debí haberme bañado muy bien, pues no me pasó lo mismo. El partido se detuvo. Cuando las pulgas se fueron, el partido reinició. Pronto, la anotación volvió a llegar, pero del lado contrario; grave error el de Lara haber sacado a Valencia, pues antes de que pudiéramos echar un madrazo llegó un tercer gol, una vez más de Costa Rica. Afortunadamente durante estas dos últimas anotaciones las pulgas atacaron únicamente a los jugadores de Costa Rica, pues yo estaba preocupado de que lograran entrar en mi ropa.

Partido Colombia - Costa Rica

La desesperanza se apoderó de varios, la platica se iba perdiendo. Pero el futuro yerno de los papás de la mocosa de adelante mío logró sacar un centre que culminó en un cabezazo que mando el balón al fondo de la red, sin que el arquero de Costa Rica (que ya no les parecía tan sexy a las presentes, pues un hijo de puta, como lo tildaban ellas mismas, no creo que sea muy sexy) pudiera hacer mucho. De nuevo, las pulgas asesinas hicieron presencia en las graderías; creo que me picaron dos o tres, pues me hicieron mover los brazos. Afortunadamente el efecto para mí fue corto. Como si no bastara con esto, en el último minuto llega la pena máxima a favor del local y es efectivamente cobrada por el yerno que, a partir de este momento, tenía más que confirmada la mano de la pretendiente que él ni siquiera conocía, pero que seguía allí delante mío siendo atacada una vez más por los bichos, al igual que la gran mayoría del estadio.

Se termina el encuentro y se desata la euforia, el culo deja de estar fruncido y toda penetración se hace posible, como seguramente lo concretaran lxs más entonadxs y satisfechxs horas más tarde, en sus nichos de amor. El anunciador hace saber a los asistentes, en un inglés robótico y en formal castellano, que los espera a todos de nuevo en el próximo encuentro, el día sábado. El estadio empieza a desocuparse, la grama queda nuevamente allí, sola y hermosamente verde, como una inconmesurable esmeralda. La fiesta sigue en la calle, ¡¡por fín, el mundo es comunista, han muerto las clases sociales!!…..a no, es sólo “la fantasía hippie de nuevo”. En realidad sólo fue un partido que un equipo de desconocidos, tan odiados como amados, ha logrado ganar, por el bien de la economía de la ciudad.

De lo que estoy seguro es que ninguno recordaba en ese momento el atropello de H.D. Gómez el día anterior, así como ustedes tal vez no recuerdan que al principio del texto hablé de Manuel Cepeda o de la protesta femenina. Cuando volví a casa me enteré que Hernán Darío Gómez había renunciado a la dirección técnica de la Selección Colombia de Mayores, dando una ejemplar muestra de coherencia y responsabilidad que uno que otro AUV debió seguir cuando fue presidente del República.

Ni modo, felicidad total ante una victoria, indiferencia total ante cien pesos de alza en la gasolina y ante cuatro millones de desplazados. Final, final, no va más…

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